Breve crónica telúrica

 El 85 y yo

Nací justo tres meses antes del terremoto del 85.

En una casa de clase media del Estado de México, lejos de toda la devastación, mi familia supo por la radio que el lugar donde mi mamá trabajó -antes de estar de maternidad- se había derrumbado por completo. Sin importar lo enorme de la estructura ni lo improbable que sonaba, era lo que reportaban las noticias.

Crecí escuchando historias de cómo Aguilar, un vecino, desapareció durante días, pues se quedó a desenterrar gente en los derrumbes cerca de su oficina del Eje Central, de cómo estaban apilados los cuerpos en lo que ahora es Parque Delta, de cómo un primo que en aquel entonces tenía 16 años caminó desde La Salle de Benjamín Franklin hasta casa de una hermana de mi abuela en la Colonia Roma entre fugas de gas y fierros torcidos, y pensó que toda la ciudad estaba igual a lo que vio en su funesto recorrido. Crecí escuchando cómo mucha gente perdió todo y migró al interior de la República, donde fuera menor el riesgo, donde los desastres avisaran con un poco más de antelación.

Además de todos los relatos, pienso que tanto yo como muchas otras personas nacidas por esas épocas, adquirimos un sistema de valores basado en la solidaridad vivida aquellos días y siempre sentí orgullo al respecto.  

Misión de Observación Humanitaria del Istmo 

Con algunas otras experiencias en emergencias humanitarias, ocasionadas principalmente en efectos de fenómenos hidrometeorológicos, calculo que nada nos podía preparar para los atípicos eventos de esas semanas de septiembre. A menudo, a la hora de la comida, discutimos entre colegas si el entrenamiento que nos dan es suficiente para enfrentar lo que nos pasó. A veces pienso que sí, otras tantas que no. 

Repasamos el protocolo de emergencias un viernes de principios del mes. Los monitoreos meteorológicos mostraban tres huracanes en el golfo. Katia, Irma, José. Hicimos un simulacro del ejercicio con roles y responsabilidades, repasamos las rutas, montamos una página web de emergencia, definimos los dos equipos humanitarios de Oxfam México listos para ser desplegados a terreno en caso de que la catástrofe azotara a la costa del Atlántico. 

Un jueves por la noche vino el primer terremoto; magnitud 8,2 a 137 kilómetros al suroeste de Pijijiapan, Chiapas. El sismo que devastó el Istmo se sintió fuerte en la Ciudad de México pero la comunicación oficial se declaró (prematuramente) triunfante, con daños menores, sin pérdidas humanas. Con Oaxaca, perdimos comunicación. Cuando la establecimos, no tuvimos datos suficientes para estimar daños y pérdidas. Me avisaron un domingo por la noche vía whatsapp que empacara, que llevara una bolsa de dormir por si las dudas. Nos íbamos a Oaxaca junto con muchas otras organizaciones de la sociedad civil, en lo que denominamos la Misión de Observación Humanitaria del Istmo.  

La primera noche de la misión, mientras nos reuníamos todas las personas involucradas en el patio del Centro de Derechos Humanos Tepeyac, vino la primera réplica. Fue de baja intensidad pero se sintió como si alguien dejara caer una pesa de 50 kilos en el cuarto contiguo. Un golpe seco, de concreto y metal pero breve. Nos volteamos a ver con los ojos muy abiertos. Luego nos reímos con nerviosismo.  

Fueron días duros en Oaxaca, réplicas durante el desayuno, viajar a 8 comunidades al día, ver grietas de apenas 20 centímetros de ancho reventando filas de casas por el medio, inutilizándolas permanentemente; una señora que perdió todas sus posesiones, salvo cuatro vasitos de plástico, un albañil de la tercera edad con familiares que no pudieron abandonar sus casas a tiempo y perecieron, amas de casa con vendajes improvisados a quienes les cayeron cachos de muro encima. El horror, el olor de la laguna mezclándose con fosas sépticas. Una amenaza sanitaria cociéndose lentamente debajo del sol, junto con las lágrimas de toda una comunidad que es absolutamente consciente del desinterés del gobierno.  

La laguna avanza sobre las casas y se mezcla con las fosas sépticas en San Mateo del Mar

La falta de coordinación de las autoridades a todos los niveles tuvo un profundo efecto en las vidas de las personas que resultaron afectadas pero lo que más me impresionó fue la ausencia de comunicación oficial, misma que creó imaginarios siniestros a los que la gente reaccionó.

 

De este tamaño las grietas

En entrevistas nos dimos cuenta que la gente nombraba al tsunami como una fiera nocturna acechante. Después de la tercera entrevista me atreví a preguntar. La gente en San Mateo del Mar nunca recibió información explicando que la alerta de tsunami dura dos horas después de cada movimiento telúrico mayúsculo. Si no viene en dos horas, no viene jamás. Sin embargo la comunidad entera emprendía camino a las 5 de la tarde para alejarse lo más posible de la costa. Los pescadores dejaron de salir al mar. Las mujeres preparaban a lxs más pequeñxs antes de partir. Le tenían miedo al tsunami.

Nadie se tomó la molestia en siquiera decirles.

Después la superstición.

“Es que ya que pase el 23, me voy del albergue”,

“Es que el 23 voy por mis cosas y me regreso a Campeche”,

“Nada más hay que aguantar hasta el 23 y luego ya vamos viendo” .

Cuando le preguntamos a las personas entrevistadas que qué pasaría el 23 nos dijeron que ese día paraban las réplicas. ¿Quién les dijo? “Es lo que la gente dice”.

 

Gallina merodea en una casa vacía en Río Pachiñé

Mientras tanto, en la televisión se veían entusiastas filas y filas de víveres en los centros de acopio de diferentes lugares de la República. Todo mundo iba a enviarlas a Oaxaca, sin saber lo lejos que está, asumiendo que los caminos funcionan, sin calcular los costos del traslado. Camiones cargados de estudiantes preparados con botellitas de agua y camisetas serigrafiadas con tremenda disposición a ayudar. Ni en la tele ni en redes sociales se les dijo cuál es el tipo de ayuda que se necesita en comunidades con un rezago histórico y permanente tan profundo, en las cuales los diferentes niveles de gobierno no proporcionan lo mínimo indispensable y gratuito: comunicación.

Durante la Misión, el equipo se dividió para abarcar más territorio en menos tiempo.

Nosotrxs nos quedamos en un hotel lleno de policías federales y de grietas en Tehuantepec.

Hubo réplicas cada noche. A veces me despertaba y me quedaba quieta con el corazón saltando hasta que pasaba y a veces -por el cansancio- no me daba cuenta. Suena tonto pero después de tantas réplicas se dimensiona diferente la necesidad de echar a correr. Nuestro hotel amanecía con rajaduras nuevas cada mañana y nos acostumbramos a ellas con somnolencia.

 

Nuestro cuarto de hotel en Tehuantepec

Una noche antes de volver, Rodrigo Galindo, líder de otro equipo que estaba pasando la noche en San Francisco Ixhuatán, marcó al teléfono de Ale D’Hyver, nuestra coordinadora humanitaria y mi compañera de cuarto durante esos días, para preguntar si estábamos bien. Fue la réplica más fuerte de esa semana. Yo estaba profundamente dormida. No me enteré del temblor ni de la llamada. Al día siguiente, Ale me lo platicó en el desayuno y no supe si pedirle que la siguiente vez me despertara para emprender la huída o mejor no. Comprendí en la praxis por qué la gente se infarta en los sismos.

Regresamos a la Ciudad de México y pasaron un par de noches en las cuales padecí un estado ligero de deprivación del sueño. Los datos que trajimos de Oaxaca eran desalentadores: no existían censos para evaluar, así que mucho menos estaban desagregados por sexo. Lo que sí era seguro era que tendríamos que reclutar a un equipo que operara la respuesta de Oxfam México de la emergencia en los meses subsecuentes.

Otra vez el 19

La mañana del 19 llegué temprano a la oficina porque tenía muchos pendientes después del viaje a Oaxaca. Escribí un post en facebook celebrando mi primer año trabajando en Oxfam México con un emoji de gorro de fiesta y confeti, bajé al simulacro y conversé un poco con Hugo, de Oxfam Internacional, que nos visitaba desde España y que nunca había experimentado siquiera un temblor ligero. Me miró con extrañeza cuando le aseguré que no estamos preparadxs para enfrentar sismos como el del 85. Me contestó con una frase muy pragmática que olvidé de inmediato.

Después tuve mi reunión semanal con mi equipo de Comunicación, en el piso 5. Estaba súpercontenta de verles, hice un poco de catarsis y les platiqué lo doloroso que fue aprender la serie de lecciones que me dejó el Istmo. Les motivé a seguir preparándonos para hacer mejor cada vez nuestro rol humanitario pues impacta directamente en la gente para la que trabajamos. Nos perfilábamos para cerrar la reunión, pues ya era la hora de la comida cuando de repente vi los ojos muy abiertos de Viridiana, nuestra diseñadora, que fue la primera en detectar el movimiento.

Después, se escuchó la alarma sísmica. Nos tomó algunos segundos superar el asombro y reaccionar. Pensamos que era una broma, un audio proveniente de alguna bocina lejana, el verdadero simulacro, un ejercicio extrañamente cruel. Pensamos que era todo menos un terremoto verdadero, esta vez de magnitud 7,1 con epicentro en Axochiapan, Morelos.

Pero no era. Batallamos para llegar a un lugar seguro y viví los siguientes minutos con enojo y desesperación. No puede ser. No puede ser que otra vez. Sentí que estaba temblando el mundo entero.

Como era la una de la tarde, muchxs integrantes del equipo estaban reunidxs o comiendo en fondas alrededor de la oficina. Todo el equipo concentrado en el piso 5 estaba a salvo. Pasaron minutos y de repente me encontré a Jessica Anaya, de Donantes Corporativos, recargada en una pared, ligeramente doblada y muy pálida, con las manos sobre las rodillas. Nos abrazamos y nos aguantamos poquito las ganas de llorar. Le pregunté que de dónde había salido. Me explicó que los equipos que estaban reunidos en el piso 7 tuvieron una trayectoria mucho más larga para evacuar. Después de ver los videos de seguridad, vi que no sólo fue larga: fue de terror. Hugo de España también estaba en ese piso.

 

Daños en la oficina de Oxfam México, Colonia Cuauhtémoc, CDMX

La oficina se averió, se zafaron molduras, se desgajaron algunas paredes y las escaleras interiores. Todo se cubrió de polvillo blanquecino. Estuvimos los dos meses siguientes reuniéndonos en hoteles, oficinas prestadas, coworkings, casas y restaurantes.

 

El equipo de Oxfam México vuelve a la oficina el viernes 22 de septiembre para recuperar equipos de computo

La ruta de la resiliencia

Conforme redacto este blog me doy cuenta de que podría escribir una novela corta con la memoria de esos días y probablemente lo haga cuando llegue el momento. Pero lo que quisiera recuperar en este primer aniversario es que hace falta profesionalizar el sector de las personas que nos dedicamos a hacer acción humanitaria, tanto en atención a la emergencia, como en comunicación, recaudación y reconstrucción en dignidad.

Hace falta ir a escuelas técnicas y a universidades y explicarles a las y los jóvenes que ahí estudian que necesitamos mucha gente capaz de hacer este tipo de labores con enfoque en derechos humanos y perspectiva de género. Que vivimos en uno de los países más vulnerables ante desastres, que los daños de los sismos únicamente asciende a 48 mil millones de pesos, que le costaron la vida a más de 400 mexicanxs, que 6 de cada 10 personas que mueren, son mujeres. Que esto es prevenible y que si planeamos y reducimos riesgos no seremos tan vulnerables al cambio climático, que no es un cuento chino, sino la realidad de la gran mayoría de las personas que viven en situación de precariedad.

Quiero recordarles que nos hacen falta manos y cerebros jóvenes, bien preparados para enfrentar el futuro con toda la responsabilidad que conlleva. Quiero ir a las escuelas donde hay estudiantes de Comunicación y asegurarles que no importa lo que diga la estadística de desempleo: en el tercer sector nos hace falta mucha gente con vocación humanitaria que sepa contar historias sin lastimar la dignidad de la gente porque es justo en esa dignidad que está la fuerza para sacar al país adelante. Y en esas historias está la historia misma de nuestros días y eso es algo que siempre va a valer la pena preservar.

Nací tres meses antes del sismo de 1985 y en el del 2017 ya estaba aquí. Pienso que tanto yo como muchas otras personas que hemos experimentado esto, refrendamos un sistema de valores basado en la solidaridad vivida durante estos días y siempre voy a sentir mucho orgullo al respecto.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México

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